Leo de un tirón "La
intimidad" (Mansalva, 2015) tras haber leído, de igual manera, "Perla"
(Llanto de Mudo, 2014), unidas ambas por la identidad de su autor, el profesor
y actor Roberto Videla, por el
contenido autobiográfico —Perla es el nombre de su madre, protagonista del
relato de un regreso imposible al hogar infantil— y por una misma
sensibilidad que lo convierte en escritor de prosa transparente, sin alardes
retóricos, atenta al detalle sensorial.
Habrá quien considere que "La
intimidad", con su descripción pormenorizada de sucesivos encuentros —y desencuentros— al amparo de la "permisividad
hipócrita" que gobierna en antros homosexuales al margen de la sociedad,
es muy distinta de la anterior novela en la que se trataba del amor
materno-filial. Por el contrario, la mirada y la voz del narrador de "Perla"
son las mismas que contemplan y dan cuenta, con la distancia que conlleva el
asombro, de cada una de las escenas en las que participa como espectador o como
elemento activo en un carnaval de cuerpos desnudos. Idéntica es la sensación de
no pertenencia a un mundo cerrado en sí mismo en el que deambula como extraño
entre desconocidos.
Roberto Videla detalla
minuciosamente la mecánica del deseo y sus acrobacias, sin voluntad de erotizar
al lector. Se trata de una pornografía absolutamente explícita que reitera movimientos
y planos en una serie de pequeños capítulos, con fecha y lugar de ejecución,
hasta culminar en el estupor de todo nirvana. Solo después de la necesaria
enumeración de rasgos, anatomías, medidas y fluidos derramados, es en los
capítulos finales, de mayor extensión, donde el autor revela el sentido de tan
prolijo relato: la liberación de los límites impuestos por el yo social, en un
submundo donde no importa quién eres ni qué has sido. En esas tinieblas donde se
confunden suciedad y belleza, dolor y felicidad.
Encuentro similitudes con la
primera novela de Luís Capucho, "Cinema
Orly", que comparte escenarios con "La intimidad".
Pero, donde en la escritura de Capucho suena punk y blues descarnado, aquí
escuchamos milonga y tango. A diferencia del nihilismo blasfemo del autor
brasileño, que escribió su libro en el filo entre la vida y la muerte, el
argentino Videla se caracteriza por una ternura masculina llena de compasión
por los defectos y fallas del ser humano. Dos maneras complementarias, entre la
elegía y la última carta de amor, de arrastrarnos consigo en su descenso al
Paraíso, o subida a los Infiernos —que vienen a ser lo mismo.
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