OLMO
Conozco el fondo,
dice ella. Lo conozco con mi gran raíz central:
Es lo que tú temes.
Yo no lo temo. Yo
he estado allí.
¿Es el mar que oyes
en mí,
sus
insatisfacciones?
¿O la voz de nada,
que fue tu locura?
El amor es una
sombra.
Cómo mientes y suplicas
por él.
Escucha: estos son
sus cascos: se ha marchado, como un caballo.
Toda la noche
galoparé así, impetuosamente,
hasta que tu cabeza
sea una piedra, tu almohada una hierba rala,
resonando,
resonando.
¿O debo traerte el
sonido de los venenos?
Esto de ahora es
lluvia, este gran silencio.
Y este es su fruto:
blanco de hojalata, como arsénico.
He sufrido la
atrocidad de las puestas de sol,
abrasada hasta la
raíz,
mis rojos
filamentos arden y resisten, un puñado de alambres.
Ahora me rompo en
pedazos que se revuelven como mazas.
Un viento de tal
violencia
no permite pararse
a mirar: tengo que dar alaridos.
La luna es,
también, despiadada: me arrastraría
cruelmente, puesto
que es estéril.
Su resplandor me
lacera. O quizá la tengo atrapada.
La dejo ir. La dejo
ir
menguada y plana,
como después de una cirugía radical.
Cómo me poseen y me
abastecen tus malos sueños.
Estoy habitada por
un grito.
En la noche aletea
buscando, con sus
garras, algo que amar.
Estoy aterrada por
esta cosa oscura
que duerme en mí;
todo el día siento
sus blandos giros plumosos, su malignidad.
Las nubes pasan y
se dispersan.
¿Son esos los
rostros del amor, esos pálidos irrecuperables?
¿Es por algo así
que agito mi corazón?
Soy incapaz de más
comprensión.
¿Qué es esto, este
rostro
tan asesino en su
estrangular de ramas?--
Su beso ácido de
serpiente.
Petrifica la voluntad.
Estos son los lentos y aislados fallos
que matan, que
matan, que matan.
© Sylvia Plath , 1962 ( traducción de José María Martínez, 2013 )
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