domingo, 1 de diciembre de 2013

TRES POEMAS de SYLVIA PLATH



BONDAD


La bondad se desliza por mi casa.

Dama Bondad, ¡es tan amable!

Las joyas azul y rojo de sus anillos fuman

en las ventanas, los espejos

se llenan de sonrisas.



¿Qué hay tan real como el llanto de un niño?

El llanto de un conejo pudiera ser más salvaje

pero carece de alma.

El azúcar lo cura todo, dice Bondad.

El azúcar es un fluido necesario.



Sus cristales, una pequeña cataplasma.

¡Oh, bondad, bondad

que con dulzura recoges los pedazos!

Mis sedas japonesas, mariposas desesperadas

tal vez alfileteadas en cualquier momento, anestesiadas.



Y llegas tú, con una taza de té

arremolinada en vapor.

El chorro de sangre es poesía,

no hay cómo pararlo.

Me entregas dos niños, dos rosas.

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AMAPOLAS EN JULIO


Pequeñas amapolas, pequeñas llamas del infierno,

¿no hacéis daño?



Vaciláis. No puedo tocaros.

Pongo mis manos entre las llamas. Nada se quema.



Y me deja exhausta miraros

vacilando así, arrugadas y rojo claro, como la piel de una

       boca.



Una boca recién sangrada.

¡Pequeñas faldas sanguinolientas!



Hay vapores que no puedo tocar.

¿Dónde vuestros opiáceos, vuestras cápsulas nauseabundas?



¡Si yo pudiera sangrar o dormir!--

¡Si mi boca pudiera amarrar una herida como esa!



O vuestros licores se filtraran hasta mí, en esta cápsula de cristal,

dejandome tonta y calmada.



Pero descolorida. Descolorida.

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INVERNANDO


Este es el tiempo tranquilo, no hay nada por hacer.

Puse a girar el extractor de la comadrona,

ya tengo la miel,

he llenado seis tarros,

seis ojos de gato en la bodega



invernando en un oscuro sin ventana

en el corazón de la casa

junto a la compota rancia del último inquilino

y las botellas de brillos vacíos--

el gin de Sir Tal-y-Tal.



Este es el cuarto en el que nunca he estado.

Este es el cuarto en el que nunca podía respirar.

Lo negro se arracimaba allí como un murciélago,

sin luz,

excepto la linterna y su débil



amarillo chino y objetos espantosos--

negra obstinación. Ruina.

Posesión.

Son ellos los que me tienen.

Ni crueles ni indiferentes,



tan solo ignorantes.

Este es el tiempo de espera para las abejas-- las abejas

tan lentas que apenas las reconozco,

en fila como soldados

hacia la lata de sirope



para compensar la miel que les he quitado.

Tate & Lyle las pone en marcha,

la nieve refinada.

De Tate & Lyle viven ellas, en lugar de flores.

Se lo llevan. El frío se instala.



Ahora se ovillan en masa,

negra

mente contra todo ese blanco.

La sonrisa de la nieve es blanca.

Se extiende afuera, un cuerpo un milla de largo de Meissen,



hasta el cual, en días templados,

solo pueden acarrear sus muertos.

Las abejas son todas mujeres,

doncellas y la gran real señora.

Se han quitado de encima a los hombres,



los brutos, torpes patosos, los palurdos.

El invierno es para las mujeres--

la mujer, detenida en sus labores,

junto a la cuna de nogal español,

su cuerpo una bombilla en el frío y demasiado ocupada para pensar.



¿La colmena sobrevivirá, los gladiolos

conseguirán alimentar sus fuegos

para comenzar otro año?

¿A qué sabrán las rosas de Navidad?
Las abejas vuelan. Saborean la primavera.

©  Sylvia Plath , 1962-63 ( traducción de José María Martínez, 2013 )

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