BONDAD
La bondad se desliza por mi casa.
Dama Bondad, ¡es tan amable!
Las joyas azul y rojo de sus anillos fuman
en las ventanas, los espejos
se llenan de sonrisas.
¿Qué hay tan real como el llanto de un
niño?
El llanto de un conejo pudiera ser más
salvaje
pero carece de alma.
El azúcar lo cura todo, dice Bondad.
El azúcar es un fluido necesario.
Sus cristales, una pequeña cataplasma.
¡Oh, bondad, bondad
que con dulzura recoges los pedazos!
Mis sedas japonesas, mariposas
desesperadas
tal vez alfileteadas en cualquier
momento, anestesiadas.
Y llegas tú, con una taza de té
arremolinada en vapor.
El chorro de sangre es poesía,
no hay cómo pararlo.
Me entregas dos niños, dos rosas.
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AMAPOLAS EN JULIO
Pequeñas amapolas, pequeñas llamas del
infierno,
¿no hacéis daño?
Vaciláis. No puedo tocaros.
Pongo mis manos entre las llamas. Nada
se quema.
Y me deja exhausta miraros
vacilando así, arrugadas y rojo claro,
como la piel de una
boca.
Una boca recién sangrada.
¡Pequeñas faldas sanguinolientas!
Hay vapores que no puedo tocar.
¿Dónde vuestros opiáceos, vuestras
cápsulas nauseabundas?
¡Si yo pudiera sangrar o dormir!--
¡Si mi boca pudiera amarrar una herida
como esa!
O vuestros licores se filtraran hasta
mí, en esta cápsula de cristal,
dejandome tonta y calmada.
Pero descolorida. Descolorida.
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INVERNANDO
Este es el tiempo tranquilo, no hay
nada por hacer.
Puse a girar el extractor de la
comadrona,
ya tengo la miel,
he llenado seis tarros,
seis ojos de gato en la bodega
invernando en un oscuro sin ventana
en el corazón de la casa
junto a la compota rancia del último
inquilino
y las botellas de brillos vacíos--
el gin de Sir Tal-y-Tal.
Este es el cuarto en el que nunca he
estado.
Este es el cuarto en el que nunca
podía respirar.
Lo negro se arracimaba allí como un
murciélago,
sin luz,
excepto la linterna y su débil
amarillo chino y objetos espantosos--
negra obstinación. Ruina.
Posesión.
Son ellos los que me tienen.
Ni crueles ni indiferentes,
tan solo ignorantes.
Este es el tiempo de espera para las
abejas-- las abejas
tan lentas que apenas las reconozco,
en fila como soldados
hacia la lata de sirope
para compensar la miel que les he
quitado.
Tate & Lyle las pone en marcha,
la nieve refinada.
De Tate & Lyle viven ellas, en
lugar de flores.
Se lo llevan. El frío se instala.
Ahora se ovillan en masa,
negra
mente contra todo ese blanco.
La sonrisa de la nieve es blanca.
Se extiende afuera, un cuerpo un milla
de largo de Meissen,
hasta el cual, en días templados,
solo pueden acarrear sus muertos.
Las abejas son todas mujeres,
doncellas y la gran real señora.
Se han quitado de encima a los
hombres,
los brutos, torpes patosos, los
palurdos.
El invierno es para las mujeres--
la mujer, detenida en sus labores,
junto a la cuna de nogal español,
su cuerpo una bombilla en el frío y
demasiado ocupada para pensar.
¿La colmena sobrevivirá, los gladiolos
conseguirán alimentar sus fuegos
para comenzar otro año?
¿A qué sabrán las rosas de Navidad?
Las abejas vuelan. Saborean la primavera.© Sylvia Plath , 1962-63 ( traducción de José María Martínez, 2013 )
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