Como cuando te salta una langosta
al pelo y el pobre bicho se queda enganchado
con sus patitas crujientes.
Y lo dejas estar por no romperle nada
porque no hace ningún daño. Así me pasó
con aquella señora del asilo.
Ella estaba con su hija. Yo, de visita,
y se me lanzó de pronto a la entrepierna
con toda el alma.
La hija se afanó por separarnos
porque solo veía demencia en el gesto
y no la calaba.
Los viejos necesitan a los jóvenes
para no morir. Se mueren por un roce
de carne viva.
Dejé que se aferrara ahí,
precisamente. No quise quebrar los nudos
de mano tan delicada.
--un poema de Tive Martínez, 2022
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