No es posible que yo haga una reseña imparcial de este libro.
No lo he leído de esa manera, sino apasionadamente. Tuve la mala idea de leer
antes la crítica del catedrático Sanz Villanueva para El Cultural, que me dejó
muy mal cuerpo. Este señor y yo no nos parecemos en nada. O sea, yo también soy
un señor mayor, pero no concibo “El funeral de Lolita” como ejercicio
mediocre de una escritora de poemas juveniles, como él da a entender.
Tanta condescendia me predispone a leer una cosa medio
hecha, un subproducto literario. A eso se suma el temor a que la Luna Miguel
narradora no me llegue tanto como la Luna Miguel poeta. Porque, claro, ya
sabemos que un poeta no puede ser bueno también en otros campos de la creación,
como un pintor no puede componer música. Mi propia devoción por la poeta se
vuelve en su contra.
El primer párrafo del libro entra muy bien: “Si
tuviera una cuerda en la tripa, al menos podría tirar de ella para escapar a
algún lugar lejano, o quizá para deslizarse hacia dentro de sí misma y quedarse
ahí escondida, a oscuras entre las vísceras, calentita y tranquila. Pero no
estaba tranquila: aquello en su estómago aleteaba como una polilla alrededor de
un fluorescente. Algo así como el primer rugido del hambre”. ¡Qué alívio al
reconocer en ese vuelo de polilla el viejo territorio-Luna! “Sus alas de
metal lijando las paredes gástricas”.
Pero pronto surgen los primeros problemas que siempre
tengo con toda novela, empeorados por las expectativas. Los dichosos nombres de
personajes. ¿Por qué Roberto y no Arturo? ¿Fernanda y Amador son nombres de
personas creíbles? ¿En serio que la protagonista se llama Helena Rodríguez
Zurita? ¿Alguien puede llamarse Seb? Detalles que atormentan al lector
neurótico.
Otro punto en contra es que, en mi soberbia de fan que lo
cree saber todo, creo encontrar a cada momento guiños al entorno público y
privado de la propia Luna. Los referentes conocidos, de El libro de Monelle
al recorrido vital Almería/Madrid/Barcelona. El cameo de su alter-ego, Lola
Font. De nada ayuda que la portada del libro sea un retrato artístico de la
autora encarnando a su personaje. ¿En serio que me va a contar su pasado de
lolita, su rollo con un profesor de literatura en el instituto?
Aunque lo peor es aceptar los momentos neutrales de la
narración. Comienzos de capítulo como este: “Quedaban pocos minutos para las
diez y media. Helena pidió un vino blanco y unas olivas, y marcó el teléfono de
la única persona a la que deseaba escuchar”. Toda una prueba para quien se
ha acostumbrado a sentir una sacudida en cada poema.
Por suerte no detengo la lectura. Precisamente son los
supuestos defectos que el catedrático señala los que me animan a continuar. Me
gustan esas frases cortas sueltas. Las imágenes poéticas excesivas. Los coños y
las pollas. Y en particular, esos atormentados monólogos interiores de Helena,
que me permiten entrar en su cabeza. El lenguaje, en definitiva.
Porque esta novela breve, más allá de lo pequeño de su trama
y su pequeña intriga, es un verdadero trabajo de lenguaje —¡al final será
verdad que es la novela de una poeta! He disfrutado con la recreación del
diario de una adolescente enferma de literatura. Es llegar a ese capítulo clave
en mitad del libro y comenzar a sentir el estremecimiento. A partir de ahí me
atrapa hasta el final, un final de película japonesa con su tricofobia incluida, para el que nos va preparando a lo largo de la novela.
Otro gran acierto es hacer que la protagonista sea
crítica gastronómica, en una novela donde curiosamente no hay consumo de
pornografía. Uno se atraganta con la descripción de los platos de lujo. Ese
derroche de vinos caros con el que solo de pensar causa arcadas. Con certeza,
“el sexo empacha” cuando solo se trata de engullir carne cruda.
“El funeral de Lolita” es el relato de un ajuste de cuentas con el pasado. Una
psicomagia efectuada sobre el recuerdo traumático. La evocación de la
adolescencia como el estado más vulnerable, pero también el más poderoso—y su
definitivo entierro. Sus protagonistas están atrapados en el lado oscuro del
deseo, azuzados por el veneno de las palabras de los malditos poetas.
Y los putos cabrones profesores de literatura.
-- una reseña de Tive Martínez, 2018
-- "El funeral de Lolita" de Luna Miguel ha
sido publicado por Lumen.
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