Al revés que
nosotros,
los niños aman
los charcos.
Salpicarse de
barro el vestido.
Hundir los
pies en el lodo.
Tirarse al
pozo de lleno.
Naufragar en
un estanque.
Hacer trizas
los espejos.
Los niños
andan sobre cielos
que nosotros evitamos.
© José María Martínez / Tive
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