En toda
multitud de niños que juegan
hay siempre un
niño llorando.
Porque otro lo
ha empujado o le ha dado un mordisco.
Porque le ha
entrado arena en los ojos.
Porque no
entiende nada y se siente solo.
Consolarlo es
en vano,
como querer
salvar una bola de helado
caída al suelo
sin remisión.
© José María Martínez / Tive
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