Escribo desde España
con el asombro de quien asiste a un prodigio. Tengo en mis manos un libro hecho para ser leído. Tirada inicial de 1.000 ejemplares. En Venezuela.
Busco explicación en
forma de escudos oficiales o logos que indiquen algún tipo de mecenazgo o apoyo
institucional. Increíblemente son 1.000 ejemplares impulsados desde la
iniciativa privada.
En el seno de un país donde "no hay papel, no hay
dinero, no hay nada, pero hay mucho que pensar y que decir", en palabras
de la jurado Yolanda Pantin.
Sin ánimo de lucro,
pero aprovechando al máximo la difusión que permiten las redes sociales —@TeamPoetero— y la venta de
merchandising artesanal. Todo un ejemplo para promotores, premiadores y comerciantes.
Sus reglas fueron el
envío de un único poema por autores menores de 35 años. Se recibieron unos 600
poemas, de los que salieron 3 ganadores y hasta 27 poetas más que también han
sido seleccionados. Se trata de un libro de diseño atractivo en busca de la popularidad bien entendida.
No en vano el premio
se instauró bajo la advocación de Rafael Cadenas, maestro de la claridad que no
renuncia a los recursos formales y expresivos de la poesía contemporánea.
El aquí-y-ahora es nexo común entre los
participantes. Con independencia de su individualidad, son poetas que se
presentan en la plaza pública, lejos de capillas literarias y sus cripticismos.
Hay espiritualidad y
hay carnalidad. Y referencias al espacio social, marcado por la incertidumbre y
la zozobra, junto a refugio provisional en los espacios de la intimidad.
En palabras de Yolanda
Pantin, "la poesía tiene, por encima
de otros valores, incluido el literario, el valor del testimonio humano".
Ésa es la clave.
Consideraré brevemente
los 3 poemas ganadores. "Canto
14" de Willy McKey
(Caracas, 1980) obtuvo, con total merecimiento, el primer premio. Su canto es
poderoso, estricto en el aspecto formal, con implacables repeticiones que caen
como redoble de campanas de un réquiem por los vivos, víctimas de la tragedia
de un país que basó su riqueza en el petróleo: elixir de muertos.
"Angustia" de José
Soledad (Caracas, 1991), segundo premio, expresa en su letanía sofocante la
disyuntiva del ciudadano en la gran urbe, "laberinto
del odio", atrapado también en las fantasías sustitutivas de su
cuarto.
El tercer premio, "Sueños de papel" de Luís Barraza (Santa Rita, 1990), comparte
con el anterior cierta atmósfera kafkiana en su composición fragmentaria,
desvelada, del despertar y otros gestos cotidianos dentro de un cuerpo que se
asume "pesado paquidermo".
Los 27 poemas
restantes deparan nuevas lecturas. Por mi parte, seré frecuentador de este
libro asombroso con el que tomar el pulso de una literatura vibrante. Son 30
jóvenes venezolanos que buscan explicarse —y
explicarme— su vivencia de tiempos oscuros con voces claras.
-- una reseña de Tive Martínez
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