La poeta y dramaturga Ariana Reines ha publicado hoy en su blog personal un texto de intención no literaria en el que revela su experiencia de víctima de abuso sexual con motivo de la Marcha de Mujeres contra Trump. Hago mi traducción de urgencia.
EL SILENCIO Y ALGUNAS DE SUS COMPENSACIONES
Gestionando su abigarramiento…
El sedimento
que cae al fondo
Decantando
agua gris desde arriba
Su
precipitado
Sus pequeñas
sensaciones robadas
Cien
millones al día
Al final el aburrimiento
Un minuto
más que pasa
Para probar
qué lejos está qué imposible resulta decirlo…
Hola.
He estado
ausente un tiempo. Es lo que busqué. Es lo que necesitaba. No me gusta que las
cosas se enquisten. Excepto cuando lo hago. Hay algo perverso en mí que a
veces quiere que las cosas se enquisten.
O algo en mí
busca la armonía con el mundo. Algo en mí —sin literaturas— quiso saber
cómo sería ser una persona que entierra el dolor. En eso consiste ser adulto,
me decía. Llegar a la iluminación por algún dolor nunca revelado. Vivir
con ello solo para probar que se puede.
Cada vez que
intento exponer esto claramente y con rapidez hay algo que no me lo permite. Pero
necesito decirlo, ahora, necesito sacarlo fuera.
En 2014 fui
víctima de un —llámalo como quieras— acoso sexual en el trabajo. El tipo era bien conocido por su comportamiento
asqueroso con las mujeres: con sus compañeras, sus subordinadas, sus superiores.
El tipo era y sigue siendo un cerdo conocido. Lo demandé y obtuve un acuerdo
extrajudicial a finales de 2015. Pero no pude conseguir que lo despidieran.
Se me ha prohibido por ley hablar de esto.
El caso es
que esta experiencia removió viejos asuntos dentro de mí. Cosas que pensaba que habían terminado. Violación, abuso sexual —lo normal— no quiero
desviarme con el poder hipnótico de los detalles porque el dolor me aburre, fueron
cosas normales y otras menos normales que sufrí delante de mi familia y que sufrí
también en público.
Ser
despojada. Tener la experiencia de ser despojada y también, a veces, escapar solo
para volver y ser despojada de nuevo.
Ir en contra
de mi padre, de mi familia entera, para poder estudiar. Ocuparme de mi madre
sin techo mientras estudiaba. Ser buscada, ser perseguida,
sufrir abusos, eso también. Ser golpeada. Ser manoseada. Ser acosada. Viejos
terrores, como sudor que se seca al final de tu espalda, un viento frío que la
recorre. Viejos asuntos de mierda a los diez, a los veinte años, por los que
pensé que no viviría mi vida. Todo me vino de vuelta.
Todo de vez,
por causa de ese cerdo y su posición de poder, por causa del poder
institucional detrás de ese cerdo, me quedé mirando– ¡mirando!–
petrificada como espectadora de una espeluznante ejecución pública mientras la
memoria muscular, la pesadilla, el terror físico absoluto de antiguas experiencias
no borradas me ardían por dentro.
Mi cuerpo se
volvió, aparentemente, un saco de basura. Mi cuerpo me demostraba que era— como
siempre había sido— la momia de tal basura. El diablo dentro de mí me decía que mi propósito
era ser el contenedor de semejante basura embalsamada. De la oscuridad de un cretino. Algunos diablos
del exterior también me lo dijeron.
Pero lo peor
de todo:
Me odié a mí
misma por sentirme tan mal. Me odié por quedarme mirando – ¡mirando, mirando,
mirando! Por quedarme mirando fascinada mi propia desintegración, habiendo
visto tanto a mi alrededor… por dejarme hipnotizar por la muerte…
Especulé con
la esencia de la femineidad, que consistiría al final en ser despojada. Que la
condición de ser mujer, la verdadera condición de ser mujer, sin entrar en consideraciones
de su posición genital, sería ser despojada, ser —o mejor— ESTAR en
condiciones, dispuesta para ser expoliada. Y que esto es lo que conectaría el
feminismo con la raíz de todo movimiento social…
Cuento esto
ahora porque el sábado fue hermoso.
Lo cuento no
por lo que estamos viviendo. Lo cuento porque queda más, mucho más por decir.
Lo cuento
ahora porque trato de ser directa– porque no “quiero” escribir sobre “ello” pero
si no lo saco fuera sería incapaz de escribir en público sobre cualquier otro
asunto. Porque me despierto de noche con la sensación de un peso sobre mi
cuello que me comprime la tráquea y me ahoga.
Y lo cuento
porque hay cosas buenas y muy buenas, cosas mágicas y cosas divinas que he
visto y me han atrapado. Y porque he sido sanada, sobre lo cual contaré más
adelante.
Y lo cuento
ahora porque, aunque mucha gente está alzando sus voces, todavía hay un
silencio enorme e inimaginable en este mundo, y algo de ese silencio quizás
esté en ti, y si está en ti te perdono por tu silencio y rezo para que puedas
perdonarte por no ser ya capaz de sentir deseos de estar en el mundo, y te
perdono si olvidaste cómo estar en el mundo, si ya no lo resistes. Y si has tenido
que buscar un lugar seguro y a oscuras para que tu sufrimiento no te atormente,
espero que lo hayas encontrado y que cuando termines con él espero que vuelvas
a estar conmigo.
Lo cuento
ahora porque es tiempo para escucharnos a nosotras mismas y a las demás. Porque
estamos cuerdas. Y porque somos preciosas. Y porque deseamos ser mejores.
Y porque hemos llegado a ser mejores, lo somos y lo seremos.
Lo cuento
ahora porque queda mucho más por decir y hacer. Hay una vida para reconciliarse
con el mundo: todas nuestras vidas.
Voy a poner
en práctica diferentes cosas y voy a cambiar aquí. Quiero cambiar contigo.
-- texto original de Ariana Reines:
http://arianareines.tumblr.com/post/156263967683/silence-some-of-its-wages
-- traducción de Tive Martínez
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