RUMBO A BIZANCIO
Éste no es país para viejos. Los jóvenes
andan tomados del brazo, los pájaros en las ramas
(¡oh vidas efímeras!) con su canción.
Ríos saltadores, mares rebosantes de riqueza.
Pieles, plumas o escamas, todos celebran
cuanto es engendrado y nace y muere.
Presos de esta música sensual, ignoran
las obras del intelecto que no tiene edad.
Un hombre viejo no es sino algo despreciable.
Un abrigo hecho jirones sobre una estaca, a menos
que el alma marque el compás y cante, cante alto
por cara jirón de su vestidura mortal,
pero no existe aquí escuela de canto, solo se estudian
los monumentos de su propia grandiosidad.
Por eso he cruzado los mares y he venido
a la ciudad sagrada de Bizancio.
Sabios que adoráis el fuego sagrado de Dios
dispuestos como en dorado mosaico,
traedme el fuego sagrado, volando en espiral,
para ser los maestros cantores de mi alma.
Devorad mi corazón (que, enfermo de deseo,
atado a un animal que agoniza,
ya no sabe qué es) y abrazadme
en el artificio de la eternidad.
Una vez fuera de natura, mi cuerpo
no tomará forma de cosa natural alguna,
sino la forma que los orfebres griegos
dieron al oro a martillazos y de oro esmaltaron
para mantener despierto a un aletargado emperador.
Posado sobre una rama dorada, cantaré
a los nobles hombres y mujeres de Bizancio
todo lo pasado, lo presente y lo que vendrá.
LOS HOMBRES MEJORAN CON LA
EDAD
Estoy
desgastado de sueños:
un tritón de mármol, expuesto a las inclemencias
en medio de la corriente.
Y el día entero contemplo
la belleza de esta mujer
como si fuera una bella fotografía
que hubiera encontrado en un libro,
complacido de llenarme los ojos
y los oídos que todo lo oyen,
un tritón de mármol, expuesto a las inclemencias
en medio de la corriente.
Y el día entero contemplo
la belleza de esta mujer
como si fuera una bella fotografía
que hubiera encontrado en un libro,
complacido de llenarme los ojos
y los oídos que todo lo oyen,
encantado
de no ser otra cosa que sabio
pues
los hombres mejoran con la edad.
Y
aun así, aun así,
¿es
éste mi sueño, o la verdad?
¡Ay,
si nos hubiéramos conocido
en
mi ardiente juventud!
Pero
me he hecho viejo entre sueños,
un
tritón de mármol, expuesto a las inclemencias
en
medio de la corriente.
-- poemas de William Butler Yeats (1865 - 1939)
-- traducción de José María Martínez, 2015
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