En idénticas
condiciones biogeográficas, hay quien escoge el realismo sucio y se complace
en detallar la degradación del género humano en verso y prosa. Y hay quien,
como María Yuste (España, 1988), nace y crece en el suburbio, con vistas a
descampados llenos de chabolas y barro, pero sencillamente es buena persona y
su mirada se empapa de lágrimas ante el panorama desolador.
La vida en
las provincias, en el puro desierto de sol y cemento, entre vecinos a los que
has visto en bragas por la ventana toda la vida y que siguen siendo auténticos
desconocidos, puede crear monstruos o puede revelar lo mejor de nosotros. María
tiene una inteligencia sensible que le permite ver con cercana distancia todas
las vergüenzas posibles del culo del mundo. La maravilla es cómo, de un lugar tan
feo, puede surgir una escritura tan compasiva.
Son
emocionantes sus retratos de mendigos, de tontos y locos, de jóvenes sobre los
que merodea el espectro de la droga y el subdesarrollo, junto a las fotografías
del álbum familiar, de una familia cuyas peculiaridades y miserias apreciamos,
porque ella nos las muestra con el justo pudor necesario para conmover y no
hacer carnaza. Desde una infancia y adolescencia donde la máxima elección era ser
de Camela o de Chayanne, el mayor atrevimiento ir al Cash Converters, María Yuste emerge pura y nos regenera a los que también pudimos vencer
al mortal aburrimiento y escapamos del lugar maldito.
-- "Vida de Provincias", María Yuste (Honolulu Books, 2014)
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