--una reseña de Tive Martínez, 2017
Adelaida García Morales escribió "El Sur" en un retiro de cinco
años en La Alpujarra, lugar en el que situó después los hechos de su novela
definitiva, "El silencio de las
sirenas".
Sabina Urraca también se retiró un año a
este apartado rincón, y de allí ha regresado con otra obra extraordinaria de
amores obsesivos y fantasmas.
La
conexión daría para teorizar sobre la posibilidad de un gótico sureño a la española de paisajes brumosos y casas familiares
en ruinas, tan sombríos y hechizantes como sus atormentados personajes.
El
trasmundo de alusiones y veladuras que García Morales dejó entrever en "Bene", la infancia y adolescencia
femeninas como territorio trágico y libérrimo del que apenas dio detalles
explícitos en "La tía Águeda",
se vuelven pornografía y gore en "Las
niñas prodigio" de Sabina Urraca —esos géneros tan cercanos al
humor negro desesperado como única salida.
Pero
no son solo los primeros planos sangrantes lo que diferencia a dos autoras tan espiritualmente
hermanadas.
García
Morales fue, en cierta manera, una escritora malograda por su propia evanescencia,
que le impedía diseñar un armazón literario satisfactorio.
Por
el contrario, Sabina Urraca domina la estructura, enlazando capítulos que son
por sí mismos historias redondas, y cerrando la novela con un final que se lee
con la doble emoción de lo relatado cuando está tan maravillosamente escrito.
Es
un placer leer a Sabina Urraca, por más que haya lectores que se asusten de su
incorrección —digamos— moral.
Su
alucinado panel de prodigiosas niñas
malas, y en particular la espeluznante lucidez con la que su protagonista da
cuenta de cada una de sus bajezas, requieren tal vez lectores
menos cerrados a sentir el verdadero dolor del hueco y la caída.
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"Las niñas prodigio" de Sabina Urraca ha sido publicado de modo
inmejorable por Fulgencio Pimentel, 2017.
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