Soy de los que, antes
que ponerse a leer al escritor consagrado —y, por tanto, quemado en los altares—,
antes que dedicar la atención al poeta perdido en sus manierismos, prefieren
interesarse por aquel que apunta maneras.
Elisa Levi (Madrid, 1994) tenía veinte años y un puñado de
poemas en redes. Ahora tiene un libro en la colección de poesía joven de Espasa, al lado del mejor de los
autores surgidos de Internet: Óscar
García Sierra. Con él comparte adolescencia desvalida, depresión combatida
con pastillas y tuits —cuya peculiar rítmica, o la ausencia de ella, conforma
su flow—, la incomodidad en fin de un cuerpo que se siente ajeno y más virtual
que cualquier avatar de este juego de roles que llamamos sociedad. Óscar es un
poeta nato, definitivo; Elisa es más irregular, a medio hacer. Pero cuando
acierta, salen cosas como ésta:
"Voy a hacerme un bolso con tus arterias.
Por todo el daño causado.
Porque cuando el cielo vomita, mi corazón tiene hambre."
Por todo el daño causado.
Porque cuando el cielo vomita, mi corazón tiene hambre."
O ésta otra:
"Según la RAE, Necesidad: impulso irrefrenable.
De buscar la razón.
Hasta el punto de abrir en canal a los muertos,
rebuscar dentro de ellos,
levantar sus vísceras y pesar su corazón.
La humanidad odia los suicidios porque muchos no tiene explicación.
Hasta el punto de abrir en canal a los muertos,
rebuscar dentro de ellos,
levantar sus vísceras y pesar su corazón.
La humanidad odia los suicidios porque muchos no tiene explicación.
Las autopsias son el colmo de la necesidad."
Así que no puedo
despreciar este libro de Elisa Levi por prematuro, si precisamente en su
inmadurez está su valía: la belleza de lo imperfecto, incluso de lo fallido.
Varios de sus poemas
se valen de referencias a la mitología clásica, con diversa suerte. Uno me da
la impresión que invoca a Ulises cuando la referencia seria Orfeo. Otro
desaprovecha la ocasión de citar a Prometeo/Frankenstein, dada la afinidad de
la poeta con los monstruos y las huídas hacia el frío polar. Pero hay otro en
el que convierte sus cabellos, agitados por las aspas de un ventilador —en este
país de clima ya casi semi-desértico— en la cabeza de Medusa, lo que me resulta
genial.
Por todo esto, nadie
va a convencerme de que este libro debería permanecer confinado en las páginas
de un diario o bitácora. No cuando así me hubiera perdido la ternura dark de
versos como:
"A veces hablar de la tristeza puede llevar al
equívoco.
Cuando te echo de menos cuento cerdos que entran en
un matadero.
Cuando dejo de creer que mis vísceras son tuyas
intento imaginarte en la cama de otra persona.
En ese momento, dejo de tener vísceras.
En ese momento, me convierto yo en uno de esos cerdos, obligados a caminar hacia el matadero."
intento imaginarte en la cama de otra persona.
En ese momento, dejo de tener vísceras.
En ese momento, me convierto yo en uno de esos cerdos, obligados a caminar hacia el matadero."
O estos otros:
"Me cuesta verlo todo.
Hay harmónicas en mi hígado que tocan sinfonías de mierda
que no sirven para nada más que para hacerles ver a los animales que son hermosos.
Sí, querido elefante, eres bonito.
Sí, querido león, eres el que más penita da de todos.
Sí, querido león, eres el que más penita da de todos.
Pero tú,
bestia inmunda,
deja de intentar convencer a alguien de que estás bien
y reconócete a ti misma que estás podrida y desordenada."
bestia inmunda,
deja de intentar convencer a alguien de que estás bien
y reconócete a ti misma que estás podrida y desordenada."
-- Elisa Levi, "Perdida en un bol de cereales" (Espasa, 2016)
-- una reseña de Tive Martínez, 2017
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