Obituario —La Revista Digital— viene dedicando sus números
monográficos a muertos ilustres, exquisitos cadáveres sobre los que, desde
2013, se han cernido excelentes colaboradores para concelebrar el triunfo de la
fama literaria sobre la mortalidad. Obituario
—El Libro— congrega a muchos de ellos (20 poetas, 20 ilustradores, 10
narradores) de la mano de sus nigromantes, Sonia Marpez y Gabriel Noguera.
Parabienes a todos ellos por lo selecto del séquito, y
particularmente a Fundación Málaga por lo engalanado de la edición, que corrige
anteriores proyectos malogrados —¡ay, qué dolor (de ojos), Réquiem por Lolita!— por errores
de diseño y maquetación: esta vez todo se lee de maravilla, con el tamaño de
fuente ideal para un librito disfrutable y bien bonito.
Resulta significativo cómo las publicaciones digitales
sucumben a la tentación del papel. Quizás exista un afán inconsciente por
burlar la Muerte —la caída de los servidores, el borrado de los discos duros—
aunque el caso sea darse el gusto de hacer público (publicar), con materiales
perecederos, sí, pero aparentes (no virtuales), el logro de haber reunido una
comunidad heterogénea de creadores en su esfuerzo por perder (la lucha contra)
el Tiempo entre poemas y otras vanidades.
Perdónese a estos jóvenes que juegan a los apócrifos y
los epitafios en un divertido anexo biográfico, con sus respectivos enlaces a
blogs. Discúlpese su juventud, pues trae consigo la ausencia de temor y la
saludable profanación. Cualquier mortal encontrará solaz o consuelo en la
lectura de sus varios escritos, que les sobrevivirán en consonancia. Y hará
bien en detenerse a contemplar y meditar sus ilustraciones: no son el habitual
cortejo de plañideras, sino una excelente selección de las nuevas generaciones
de artistas plásticos, a los que la propia Marpez pone la última e inquietante
puntada.
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